Después de pasar un mes varados en una estación de servicio (grifo aquí en Perú) ubicada en las afueras de Camaná, recibimos un llamado de Fabricio y Papá (que se habían ido a Lima, Perú) avisándonos que en unas horas partíamos. SCANIA Assistance de Perú, en coordinación con SCANIA Argentina, enviaron una grúa que nos iba a remolcar los 850 km que nos separan de Lima. Mi papá quería venir pero no consiguió pasaje así que nos iba monitoreando por celular.
Llegaron con la grúa al anochecer, y se fueron dormir a un hotel para descansar. A las 5 am comenzaron a enganchar la grúa con Libertad. Patricio corroboraba y ayudaba, mientras los jejenes y los mosquitos, producto de los arrozales que nos rodeaban, se encargaban de que no nos olvidemos de Camaná, dejándonos unas ronchas que nos acompañarían durante varios días.
El trabajo no fue fácil, pues esperaban pendientes pronunciadas, curvas muy cerradas y casi 30 horas de viaje. El sistema era prácticamente hacer que el vehículo remolcado sea un trailer. Para lo cual también había que proveerle de aire para la suspensión neumática y los frenos, ya que si el vehículo no tiene el motor en marcha no funciona el compresor, y si el sistema de frenos no tiene aire, por seguridad se frenan automáticamente las ruedas traseras.
Para esto tuvieron que ajustar la grúa para que se acople al chasis y sea solidaria, para que en tracción o en frenado lo haga en armonía con el tractor.
Estábamos muy nerviosos porque era la primera vez que íbamos a viajar de esa forma, durante tantos kilómetros. Papá llamaba constantemente desde Lima para asegurarse de que todo estuviese en su lugar.
También estábamos en contacto a través de Facebook con nuestro amigo de Mendoza, Pietro La Motta, que sabe mucho sobre grúas y nos ayudó bastante brindándonos información y haciéndonos sentir seguros.
A las 7:20 partimos desde Camaná, y el viaje nos recibió con un camino zigzagueante -razón por la cual decidimos partir el domingo a la mañana, en vez del sábado a la noche-, en una cuesta que nos mantenía despiertos a pesar del sueño. Los primeros kilómetros los hicimos cuando aún no había amanecido, aunque la claridad del cielo era tal que podíamos visualizar los paisajes que nos acompañaban.
Los dueños y conductores de la grúa, Juan y su hermano, demostraron profesionalismo durante los cientos de kilómetros que nos separaban de Lima, deteniéndose decenas de veces para controlar el estado de Libertad y de la grúa, y también preguntando y preocupándose por nosotros.
La mayor parte del camino es desértico, en realidad por lo que sabemos toda la costa del Perú es un desierto, salvo los lugares donde hay ríos que vienen de la cordillera y aparecen verdes valles que contrastan con la mayoría del recorrido.
El desierto parece en muchos lugares un paisaje lunar, y realmente no se ve ni un cactus o planta silvestre, no hay nada de vegetación. Un paisaje que viene repitiéndose desde el Desierto de Atacama, en Chile.
En rectas llegábamos a una máxima de 70 kilómetros por hora, mientras que en las cuestas no sobrepasábamos los 15 km/h. Aprovechamos la lenta velocidad para apreciar los paisajes que rodeaban la ruta Panamericana Sur, ansiando el encuentro con la otra parte de la familia, después de pasar más de un mes sin vernos.
Llegamos a la Sede de SCANIA de Perú, que se encuentra sobre la autopista Ramiro Prialé, al lado del Río Rimac, y lo primero que hicimos fue bajar a abrazarnos y a reírnos. Habíamos llegado a Lima después de 28 incansables horas de no dormir, de viajar constantemente, de ser remolcados durante 850 kilómetros.
Libertad está en SCANIA, donde están solucionando los problemas mecánicos, mientras nosotros estamos viviendo divididos entre la casa de Jorge -un gran amigo de mi papá, que se reencontró hace poco-, y la casa de Doris, mamá de Jorge.
Al fin, estamos en Lima!